por: José Antonio Gutiérrez D

El terremoto del 12 de Enero pasado en Ayití (Haití) removió la conciencia del mundo entero, que una vez más necesitó de una tragedia para recordar que realmente existe. Por un breve lapso de tiempo, tuvimos oportunidad de ponerlo en el debate político, antes de que el ritmo vertiginoso propio del mundo noticioso sumiera nuevamente en el olvido. Las imágenes apocalípticas de devastación en la capital, Puerto Príncipe, ayudaron a instalar el tema de las causas sociales del terremoto, pues su fuerza destructiva ante todo fue ocasionada por siglos de intervención imperialista, colonialista y de imposición de modelos políticos y económicos a contravía de las necesidades más esenciales del pueblo ayisien (haitiano).

 Las palabras de nuestro compañero y amigo Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano en Argentina apenas volvió de un viaje a Ayití, describen a la perfección lo que ocurre:

 “Ayití es un país devastado, tenemos que resolver problemas urgentes, no ideológicos, sino de supervivencia. Nosotros, sin medios, nos hemos visto forzados a dar respuestas concretas a problemas concretos (…) Estamos ahora en un país ocupado, no solamente por la MINUSTAH [ed. misión de cascos azules en Ayití] sino además por los Estados Unidos. Tenemos la IV Flota rodeándonos, controlan el aeropuerto, el hospital central, las carreteras, con presencia militar en el aire, con helicópteros, todo lo cual indica segundas intenciones. El primer ministro haitiano incluso fue a darse una vuelta a Colombia, con fines nada claros pero seguramente con algo que ver en torno a temas de ‘seguridad’, es decir, relativos a la ocupación de Estados Unidos.

 La catástrofe, en lugar de abrir un espacio para la reflexión y un cambio de rumbo para ese país, ha abierto una oportunidad para que las fuerzas imperialistas y capitalistas impongan su solución en detrimento de las masas populares. Situación que se ha agravado con la ocupación militar norteamericana. Para entender lo que pasa en Ayití, debemos entender que la estrategia neocolonialista para el país tiene un doble componente, por una parte de geo-estrategia militar y, por otra, de carácter económico.

 Ayití y el neocolonialismo económico

 Ayití es un país relativamente pequeño, con un mercado interno insignificante, pero con una importancia comparativamente grande para los EEUU. Por una parte, es el país que más depende de las importaciones norteamericanas en el hemisferio, dependiendo casi absolutamente de ese país para poder alimentarse –aunque alrededor del 70% de la población ayisien son campesinos, el 60% de los alimentos consumidos en el país son importados, fundamentalmente, de los EEUU. Y la comida, como bien se sabe, no es un bien del cual se pueda prescindir, aún cuando sea “importado”.

 Pero por otra, parte, Ayití es un país que ha sido desde comienzos de los ’70 un paraíso para las empresas norteamericanas, que han instalado maquiladoras en las denominadas “zonas francas” (áreas industriales con una serie de ventajas que facilitan la inversión extranjera y en las cuales los estándares ambientales y sociales son inexistentes), en las cuales empresas estadounidenses han trasladado partes del proceso productivo, por lo general, las partes de ensamblaje que no requieren ni de mucha inversión tecnológica ni de mano de obra calificada. Así, por un par de centavos de dólar la hora empresas como Levis y Walt Disney han hecho enormes fortunas. En esa época, en plena dictadura de los Duvalier, se había asegurado que Ayití sería convertido en el “Taiwán del Caribe” por obra y magia de la inversión extranjera. Cosa que, como se sabe, nunca ocurrió.

Por el contrario, las maquiladoras deprimieron los míseros salarios, generaron una economía de enclaves que distorsionó la economía y profundizaron los problemas sociales haitianos. Esto, pues se arruinó al campo para atraer mano de obra, que terminó hacinada en sucios suburbios marginales en las ciudades, principalmente en la capital, y cuando los capitales de l zonas francas se fueron a Bangladesh a mediados de los ’80, el desempleo galopó a una cifra endémica del orden del 80%. Ese fue el legado de la sacrosanta inversión extranjera y del desarrollo de las maquiladoras.

 Después del terremoto los “expertos” de la ONU han producido una serie de informes, el más célebre siendo escrito por Paul Collier (“Haití, de la catástrofe natural a la seguridad económica”, informe que es disponible en su versión inglesa en Internet y el que fue escrito especialmente para el secretario general de la ONU), en los cuales “descubren”, como si fuera una novedad, que la salvación de Ayití, después de la devastación del 12 de Febrero, descansa en… ¡las maquiladoras! Más industria de ensamblaje textil, y Ayití, esta vez si, que supera la pobreza…

Lamentablemente esta teoría ha sido desacreditada a lo largo de tres décadas de aplicación dogmática del modelo de desarrollo económico de las maquilas, el cual ha sido profundizado recientemente con la introducción de acuerdos comerciales como la ley HOPE aprobada hace un par de años, la que beneficia las inversiones textiles en Ayití. Obviamente este modelo “salvador” ha sido aplaudido por el enviado especial del secretario general de la ONU para Ayití –ni más ni menos que el ex presidente Bill Clinton, quien tuviera un rol tan triste a mediados de los ’90 en imponer una serie de medidas neoliberales de ajuste estructural que siguieron deformando y empobreciendo a ese país caribeño.

 No hay nada de novedoso en los programas de reconstrucción de la estructura económica haitiana, salvo que profundizan el modelo que se ha impuesto en las últimas décadas, con lo cual no se puede esperar otra cosa que una mayor deformación, dependencia y vulnerabilidad de la economía haitiana y una mayor miseria de los sectores populares. Como siempre, la catástrofe es utilizada por la clase dominante para imponer medidas impopulares in miedo a enfrentar ninguna clase de resistencia.

 Ayití y la Geo-estrategia yanqui en América Latina

 La importancia geoestratégica de Ayití en América Latina no es nueva. Ya durante la primera ocupación yanqui de esta república entre 1915-1934 había quedado en evidencia que EEUU tenía un especial interés en esta isla. El interés consistía en reforzar el control de la potencia sobre la región del Caribe y sacar del camino a elementos hostiles que podrían amenazar su hegemonía en la región –en este caso los alemanes, que desde fines del siglo XIX habían establecido una relación muy importante con la burguesía mulata haitiana y que eran un importante socio comercial con abundantes inversiones en Ayití. El clima instalado por la Primera Guerra Mundial dio a los EEUU la excusa para entrar en escena y deshacerse de la presencia alemana en ese país.  Ahora lo fundamental para EEUU es recomponer su hegemonía en Latinoamérica.

Para nadie es un misterio que desde la administración de George W. Bush la hasta entonces indisputable hegemonía de Washington sobre nuestra región ha entrado en una prolongada decadencia. Esto se debe a varios factores, entre ellos, la crisis militar y política en que la “Guerra contra el Terrorismo” ha sumido a los EEUU gastando una fortuna y enormes esfuerzos en sus aventuras en Medio Oriente con lo cual su garra sobre América Latina se ha aligerado. Pero principalmente se debe a que la crisis económica abierta desde el 2001 por una parte ha debilitado el unipolarismo global que los EEUU habían logrado imponer desde el término de la Guerra Fría en 1990, como así también pavimentó el camino para la emergencia de nuevas potencias regionales en distintas zonas del mundo. Esto significó que Brasil y Venezuela han aparecido en América Latina como dos polos activos, con proyectos políticos  diferentes, pero con un común denominador que es la integración económica regional y el desarrollo de un bloque económico latinoamericano fuerte que disminuya la dependencia estructural de las economías regionales ante el mercado mundial. Este proyecto, aún sin estar exento de contratiempos, ha sido bastante exitoso desde los parámetros y objetivos que le han dado sus impulsores.

 Es así como hemos visto a EEUU perder terreno ante el avance de los proyectos de integración latinoamericana y ante la creciente influencia de Brasil y Venezuela en América Latina. Esta situación no ha dejado de alarmar a Washington que sabe que en América Latina se encuentra el pilar último de su dominio internacional. De hecho, una de las prioridades del gobierno de Obama, según él mismo lo reconoció durante su campaña electoral, fue la de aislar a Venezuela y volver a poner la “atención” de los EEUU en la región latinoamericana. El fin último sería retomar el “liderazgo” (ie., hegemonía) de lo EEUU en estas latitudes.

Esta cruzada ha sido emprendida de una manera particularmente agresiva:

Golpe de Estado en Honduras

Este golpe de Estado, que no pudo ocurrir sin el beneplácito del Pentágono (y sabemos que ocurrió con el conocimiento de los mandos militares asentados en la base militar de Soto Cano en ese país), demostró como los EEUU están siempre dispuestos a permitir aventuras golpistas a sus oligarquías aliadas en aquellos países que son los eslabones débiles del sistema, en contra de gobiernos liberales, tibiamente progresistas, pero que resultan incómodos. Y como es tradicional, EEUU manejó un doble discurso, mediante el cual aplacaba por una parte los ánimos tomando distancia oficialmente de la dictadura y posicionándose de manera tibia del lado de una “solución democrática”, mientras en los hechos validaban al régimen de facto y obstruían cualquier posibilidad de solución que no fuera favorable a los intereses de sus aliados en el bloque oligárquico.

El efecto hemisférico de este Golpe fue contradictorio: por una parte, enfrío las relaciones con Sudamérica y tensó el ambiente regional; pero por otra, logró enviar eficientemente un “mensaje” a Centroamérica, donde el ALBA perdió a un país socio y donde otros países que eventualmente podrían haberse alineado con ese proyecto o que podrían haberse inspirado en el proyecto chavista (como El Salvador o Guatemala) han “aprendido la lección”. Consecuentemente, han dejado de soplar vientos reformistas en Centroamérica y los Funes y los Colom, ya no entretienen ideas de cambio social por moderados que sean ni de acercarse mucho a nada que huela a ALBA.

Buscar el quiebre entre los aliados estratégicos (aunque no siempre tácticos) Venezuela y Brasil

Esto se ha hecho mediante una estrategia mediática particularmente aguda en contra de Venezuela y guiños hacia Brasil, persiguiendo dividir al proyecto por la integración latinoamericana en “buenos” (moderados) y “malos” (extremistas). Lógicamente lo que se busca es dividir para debilitar el proyecto y eso lo entienden muy bien los brasileños que no se han prestado para el juego. A comienzos de Marzo, durante la gira latinoamericana de Hillary Clinton (que es parte de esta ofensiva por recomponer la hegemonía), la Secretaria de Estado hizo el siguiente comentario en Brasil “Deseamos que Venezuela mire más hacia el sur y vean que Brasil y Chile ofrecen otros modelos para tener un país exitoso”, a lo cual Celso Amorim, ministro de relaciones exteriores carioca, respondió lacónicamente que estaban de acuerdo en un único punto con Clinton sobre Venzuela, y es que este país “debería mirar más hacia el sur (…) y es por eso que hemos invitado a Venezuela a unirse al MERCOSUR como país miembro pleno” (The Guardian, Londres, 05/03)

Reforzar la presencia militar en el área Centroamérica-Caribe

La creciente presencia militar de los EEUU en su “patio trasero” busca un fin primordialmente disuasivo, no una abierta invasión de Venezuela como Chávez ha denunciado, aún cuando no pueda descartarse absolutamente la posibilidad de algún grado de confrontación militar directa en caso de que las cosas se escapen de las manos (un escenario posible debido a la creciente infiltración de paramilitares en Colombia como parte del plan de desestabilización de Venezuela de los “halcones” yanquis). Pero la estrategia primordial es la disuasión. Para este fin, los EEUU reactivaron la IV Flota, reforzaron el Comando Sur a fines del 2008 y han iniciado la instalación de una serie de bases militares en el área (7 nuevas bases en Colombia y acceso irrestricto al espacio marítimo y aéreo colombiano, 2 bases en Panamá, bases en Curazao y Araba). También es parte de esta estrategia la intensificación del Plan Mérida y el acuerdo de “seguridad” firmado entre Honduras y Colombia.

 Debemos entonces entender esta nueva ocupación de Ayití como parte de un juego de ajedrez en el cual EEUU se juega su hegemonía hemisférica; la presencia militar-imperialista de la MINUSTAH, es el fiel reflejo del nuevo escenario de correlación de fuerzas hemisférico, donde el rol predominante recae en manos de naciones latinoamericanas, a la cabeza de las cuales se encuentra, naturalmente, Brasil, país que ha utilizado esta ocupación como moneda de cambio para negociar su ingreso como miembro permanente al Consejo de Seguridad de la ONU. La llegada de EEUU rompe este “equilibrio” forzoso y corresponde a un golpe de mesa para recordar que este aún es SU patrio trasero. Las tensiones no tardaron en surgir, pero finalmente se ha alcanzado una coexistencia (a expensas del pueblo haitiano) que acomoda a ambas partes, MINUSTAH y EEUU. Así, Washington ha vuelto a retomar al área Centroamérica-Caribe como su auténtico “Mare Nostrum”.

 ¿Hay algún futuro para Ayití?                

 La absoluta devastación de Ayití permite plantear los temas de la reconstrucción desde una perspectiva popular: ¿Cómo lograr recomponer al campesinado para que el país vuelva a alimentarse  sí mismo? ¿Cómo lograr una genuina reforma agraria? ¿Cómo descentralizar? ¿Cómo lograr construir un modelo político diferente, que no reproduzca al Estado excluyente en ruinas, sino que sea construido desde las bases de la democracia directa y participativa? ¿Cómo replantear el modelo económico hacia cauces socialistas? ¿Cómo organizar el poder del pueblo en oposición al poder imperialista y capitalista?

 Quiero en este punto retomar la conversación con Henry Boisrolin, pues en ella se encuentran los elementos para un Ayití alternativo, hecho a la medida de su pueblo y no de quienes lo explotan, oprimen y ocupan:

 “Estamos frente a la posibilidad de desaparición de Ayití como nación; o también podemos dar un salto cualitativo en un sentido revolucionario. No se puede cambiar el modelo en Ayití sin enfrentar la ocupación. Y no se puede enfrentar la ocupación sin las masas, por ello es necesario llamar a las organizaciones populares a que accedan a un programa mínimo, pues el desafío es tremendo. Hay que organizar la solidaridad y entender que la unidad es un proceso y que no se puede hacer por decreto. Ayití, pese a tener raíces históricas profundas, está en una situación que nos sobrepasa y nos impone la necesidad de plantear elementos de unidad y de mayor solidaridad internacionalista. Hay elementos positivos, como los acuerdos a los que están avanzando muchas organizaciones populares en las provincias y en la capital, pero hay que avanzar a niveles mayores de organización y de inserción en las masas”.

 Como plantea Henry, esta bisagra histórica puede permitir un salto revolucionario, pero eso requiere mayores niveles de unidad y organización. En eso es muy poco en lo que podemos ayudar desde acá, pues es una tarea fundamental de las masas ayisien. Pero sí podemos acompañarlos en la solidaridad en su lucha en contra de la ocupación militar de la cual nuestro país, Chile, también participa, y con un rol estelar. Tenemos el deber histórico de dar una mano para ayudar a que, por fin, Ayití no sea un tablero de ajedrez para intereses ajenos a los de la inmensa mayoría de personas que nacen, viven y mueren ahí.

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