Por Felipe Ramírez

Desde sus orígenes en los años de 1860 el anarquismo ha estado íntimamente ligado a las luchas de la clase trabajadora y explotada. Resulta indudable que ha sido cuando los anarquistas y sus organizaciones han estado más envueltos en las luchas populares que han logrado tener un papel destacado a la hora de influir en los procesos sociales.

En esa línea estuvo la participación de Bakunin y sus compañeros en la Primera Internacional, el rol histórico jugado por los anarquistas en las manifestaciones de Chicago que se conmemoran año a año el primero de mayo, la experiencia guerrillera de Makhno en Ucrania durante la revolución rusa, de los anarquistas coreanos y chinos durante la guerra contra Japón a principios del siglo XX,  de los españoles de la CNT y la FAI en la revolución española y un largo etc…

En la experiencia particular de la región chilena, cabe también destacar que los anarquistas fueron una fuerza a tener en cuenta precisamente cuando su participación en los sindicatos era destacable. La segunda FORCH, la IWW, la CGT y el MUNT son diversas expresiones de esta participación sindical que con sus diferencias, lograron colocar la enseña rojinegra en alto en diferentes momentos de nuestra historia.

Líderes como Ernesto Miranda o Pedro Nolasco Arratia fueron determinantes en la formación de la Central Única de Trabajadores y en sacar adelante a la CGT respectivamente. Asimismo organizaciones como la Federación Obrera Nacional del Cuero y Calzado (FONACC), Federación Obrera de Imprenta de Chile (FOIC) o la Unión en Resistencia de Estucadores (URE) fueron emblemas de la participación ácrata en los gremios y de los logros que se podían alcanzar mediante la acción directa.

No podemos olvidar tampoco el rol jugado por los anarquistas en la fundación de la FECH y a través de su órgano de expresión, la revista “Claridad” en los años 20. Figuras como Juan Gandulfo dirigente de la FECH y militante de la IWW, y el asesinado poeta José Domingo Gómez Rojas  destacan entre los libertarios activos en esos años.

Lamentablemente hoy en día no existe una presencia organizada en los diferentes espacios sociales que nos permita tener una influencia por mínima que sea, en el acontecer “nacional”. Se hace urgente debatir y discutir acerca de qué trabajo político, qué propaganda y qué organizaciones son más útiles para la lucha en las actuales condiciones.

¿Por qué inserción?

Con el término “inserción social” se hace referencia al trabajo político que realizan los militantes anarquistas en los diferentes espacios sociales en los que se desenvuelven, ya sea en las organizaciones populares autónomas o en organizaciones político-sociales. Se parte de que los militantes son miembros conformantes de la clase trabajadora, no entes ajenos a ella, y con el término se pretende dar cuenta de un trabajo organizado, con perspectivas a mediano plazo y con objetivos concretos.

La organización política surge, se nutre y se desarrolla a partir de las experiencias de lucha de sus militantes en la clase y para la clase. Por lo mismo, a diferencia de algunos colectivos culturales, las okupas o incluso experiencias de “educación popular”, que muchas veces sufren de una falta crónica de perspectivas en su proyección, la inserción social se traduce en una labor coordinada y con objetivos planteados a largo o mediano plazo entre los militantes libertarios.

Es por eso que este término se justifica, a pesar de que muchos compañeros renieguen de él por tener un aire “autoritario” o inclusive “leninista”. Todo lo contrario, denota que avanzamos en un proceso de madurez como expresión política en la clase trabajadora, buscando formas de continuar el camino iniciado a final de los  90’ de salir del llamado “ghetto” contracultural, a las luchas vivas de los explotados.

El rol de la organización específica anarquista

La organización específica tiene como objetivo el agrupar a los militantes anarquistas que comparten ciertos criterios, ideas fuerza y un programa. Esto porque se necesita coordinar sus labores en los distintos espacios sociales en los que se desenvuelven, ya sea un sindicato, grupo de propaganda, junta de vecinos, organización de cesantes, de contra información, estudiantil, vecinal o poblacional entre otros ejemplos.

Las ventajas que implica esta forma de trabajo es que las distintas realidades se ven incluidas en una perspectiva global, o sea, en una organización política que tiene como fin la construcción del comunismo anárquico. El programa brinda la cohesión indispensable en una organización específica, entregando líneas de trabajo, de táctica y estrategia, objetivos claros y concretos a corto, mediano y largo plazo.

Este programa se construye entre todos los militantes a partir de sus experiencias concretas de trabajo, y busca fortalecer las organizaciones sociales y de base, únicas en las que la clase trabajadora, los explotados y oprimidos, sentarán las bases del comunismo.

Por lo mismo, lo que buscan los militantes anarquistas en las bases es el fortalecimiento de organizaciones sociales impregnándolas de prácticas y políticas libertarias. O sea, horizontales y que busquen una solución a sus problemas concretos mediante la acción directa y la autogestión de la vida. No le corresponde a la específica dictarle al mundo social sus objetivos reivindicativos ni decidir por él sus tiempos y acciones. Los niveles de organización deben estar claramente diferenciados para que no haya confusiones pues la específica no reemplaza a la organización social ni debe dar una solución de manera directa a los problemas sociales. Respalda sus luchas, inyecta energía, dinamiza sus lógicas, propone soluciones y realiza propaganda ideológica, pero siempre con claridad respecto a la autonomía e independencia de las organizaciones de base.

De esta forma la “inserción” de la organización se ejerce a través de la presencia de sus militantes en los diferentes espacios y en organizaciones sociales o de masas, llevando las líneas tácticas acordadas a la realidad local de cada organización.

Trabajo de base y praxis revolucionaria. La experiencia del FEL

En Chile durante los últimos diez años se han dado una serie de experiencias de inserción anarquista en diferentes espacios sociales. Esto porque en 1999 con el surgimiento del CUAC el anarquismo chileno sufre un quiebre definitivo en cuanto a su relación con las luchas populares.

La propuesta de trabajo planteada en ese momento continúa teniendo hoy plena actualidad, o incluso más, dado que el contexto social de hoy es diferente al de 1999. Hoy el movimiento social muestra una pequeña experiencia en torno a luchas especialmente sindicales entre los subcontratados del cobre y los forestales, y un tejido social en recomposición, por lo que la exigencia hacia los libertarios de presentar una propuesta desde la acción misma es aún mayor.

 Más allá de los logros reales que tuvo dicha organización, pequeña y en un contexto difícil por lo demás, su importancia radica en otro lugar.

La decisión de levantar una instancia concreta de elaboración de políticas que permitieran el pensar más allá de la inmediatez y de objetivos cortoplacistas, le han brindado al anarquismo la oportunidad de transformarse en una alternativa revolucionaria real, al calor de las luchas populares.

Un ejemplo claro en ese sentido es la historia y la experiencia del Frente de Estudiantes Libertarios. Esta organización, nacida en el año 2003 y ligada  de manera directa a este proceso de maduración iniciado con el CUAC así como de otros compañeros y organizaciones de regiones, demuestra de manera clara la diferencia entre la inserción social y el activismo voluntarista.

El nacimiento del FEL se vio marcado por la confluencia de diferentes compañeros universitarios quienes luego de las movilizaciones del año 2002, vieron la necesidad imperiosa de levantar una instancia formal de trabajo. Esto, porque a pesar de la fuerte presencia libertaria en diferentes universidades del país, a la hora de plantear salidas a las movilizaciones fueron incapaces de articular una respuesta alternativa a las burocracias partidistas.

De esta forma, el FEL viene a ser la continuación de la política iniciada con el CUAC de insertarse como anarquistas en las luchas concretas de los explotados en donde tenía presencia, y generar propuestas políticas libertarias al calor de las movilizaciones y discusiones en el movimiento estudiantil. Asimismo, responde a un proceso similar desarrollado por otros compañeros en Temuco, Concepción y La Serena, por mencionar algunos.

Con todos los problemas, diferencias, tensiones y debates que tanto dentro como fuera del FEL se han suscitado en estos años debido a sus políticas y posiciones, ha significado que el anarquismo ya no solo esta presente a la hora de radicalizar movilizaciones, de salir a la calle o de discutir en asamblea, sino que también proponiendo salidas políticas a las luchas.

En esta línea el anarquismo deja de ser un mero discurso o una forma organizativa horizontal, para transformarse en una postura política concreta y con contenido. Hemos ido rompiendo el aislamiento que vivíamos cuando lo libertario era reducido a una ética personal, a una estética o a un concepto ideológico desconectado de la realidad concreta y material.

Sin dejar de lado los errores que el FEL ha cometido, y los problemas que ha tenido a lo largo de estos cortos pero intensos años, debemos destacar que en instancias complejas ha sido capaz de poner en el tapete posiciones que los partidos han preferido ocultar. En ese sentido no podemos olvidar el rechazo que como org. se orientó hacia la mesa Confech-Mineduc el 2005. Tampoco que un militante del FEL fue el único en levantarse de la mesa rechazándola, pues esa era la posición de las bases, mientras los partidos y otros grupos tranzaban buscando privilegios y posiciones.

El 2006, en la misma línea, fueron los delegados que tenía el FEL los que rechazaron más vehementemente el Comité Asesor Presidencial en el Confech de Santiago, mientras el presidente de la FECH ofrecía descaradamente puestos a presidentes de federaciones para que tranzaran, en medio de protestas de las bases.
El mismo año 2006 demostró las limitaciones del anarquismo contracultural e identitario durante las grandes manifestaciones secundarias. A pesar de la gran presencia de jóvenes  libertarios en las manifestaciones, impulsando las tomas, marchas y protestas, el anarquismo fue uno de los grandes ausentes a la hora de plantear una salida política a la lucha que significara una ganancia concreta.

Al final, fueron los partidos políticos, todos comprometidos de igual manera con el modelo imperante, quienes cooptaron a las dirigencias secundarias y guiaron al movimiento al desgaste y la negociación en las condiciones que el Estado y los privados querían.

En ese momento el FEL era una organización pequeña en Santiago, con una presencia más bien chica entre los estudiantes secundarios y una militancia universitaria limitada a la Universidad de Chile. Esto fue un obstáculo insalvable para articular una alternativa, y se explica en parte por el rechazo que muchos “libertarios” sienten hacia las organizaciones más formales.

Si bien hoy el panorama secundario no dista mucho de aquel, con pocos militantes y una red de contactos más o menos desarrollada, en el espacio universitario se ha logrado un crecimiento que ha permitido lograr presencia estable en las tres principales universidades de la capital (La Chile, la PUC y la Usach). Asimismo, existen secciones en diversas ciudades del país además de Santiago como Arica, Iquique, Antofagasta, Copiapó, Valparaíso y Concepción. Por último, sus posiciones son cada vez más conocidas y se ha logrado, de una u otra manera, avanzar en lo que se refiere a democratizar los espacios y difundir la política libertaria.

Queda mucho por hacer en el espacio estudiantil, no cabe duda al respecto, pero más allá de las falencias existentes, el trabajo realizado por el FEL durante estos siete años ha permitido que los anarquistas se vean involucrados en las luchas reales del sector.

La praxis libertaria debe tener como consecuencia un cambio real y concreto en el espacio social en el que se desarrolla la actividad. Sin ese cambio, la acción no pasa de ser un mero activismo político, un saludo a la bandera de personas que quieren dejar su conciencia tranquila diciendo que “hacen algo” para que todo cambie, pero que no se traduce en ningún cambio concreto mas allá de su propia satisfacción.

La importancia de la clase a la hora de plantear la inserción

En esta línea de ver la práctica como la generación de cambios concretos en el espacio social en el que se trabaja, y a la par con el planteamiento de objetivos, es fundamental el tener claro el fin que se busca. Aunque suene de Perogrullo, esta condición básica muchas veces brilla por su ausencia en algunos sectores.

Hoy el análisis de la realidad cotidiana desde una perspectiva de clase se encuentra muchas veces relegado entre las preocupaciones de muchos anarquistas, así como la discusión acerca de cómo priorizar los trabajos cuando nuestras fuerzas son tan limitadas como hoy.

Llama la atención que hoy es difícil encontrar compañeros que abiertamente se definan como libertarios trabajando en el espacio barrial-poblacional con una perspectiva a mediano plazo. Lamentablemente muchas veces las fuerzas se diluyen en iniciativas aisladas o dinámicas demasiado locales sin una perspectiva de clase mayor.

Una excepción clara a esto fue el trabajo que algunos compañeros realizaron en el “Frente Anarquista Cordillera”, experiencia que hasta el día de hoy no tiene un balance público. Y en esa misma línea se ubica APST, organización de allegados con una clara influencia libertaria que sin embargo se mantiene de manera intermitente por el mismo carácter de la problemática de los “sin techo”.

Por otro lado la inserción sindical casi brilla por su ausencia en un momento en que es precisamente ese sector social el que ha desarrollado las mayores luchas de los últimos años. Las fuertes movilizaciones de los trabajadores subcontratados del cobre y de los obreros forestales han demostrado que el proceso de reconstrucción del movimiento popular avanza, si bien lo hace de manera lenta y sin gran claridad política.

Si bien los libertarios nos encontramos presentes en sindicatos de la construcción y de profesores, también es cierto que hay una gran cantidad de compañeros en otros sectores que militan de manera inorgánica, o incluso de manera individual.

No es posible olvidar que es precisamente en el mundo del trabajo en el que se hace patente la contradicción principal del sistema capitalista y su modelo actual de acumulación neoliberal. Si bien es cierto que el sindicalismo “oficial” en la burocracia de la CUT está copada por militantes del PS, del PC y de la DC, también es cierto que eso no significa que no se pueda combatir las prácticas autoritarias.

Además no se puede pasar por alto que si bien la CGT-Mosicam es una central sindical muy pequeña en comparación con la CUT (14.000 afiliados contra aprox. 800.000) es una de las experiencias actuales que de mejor manera a logrado resistir en el tiempo enfrentada a la burocracia y a la legislación laboral pinochetista.

Hace falta un debate profundo y serio en torno al papel que nos cabe como anarquistas en el mundo laboral y barrial-poblacional. Es indudable que con la experiencia histórica que como sector tenemos, y los avances de los últimos 10 años a nivel organizativo específico, contamos con condiciones para dar un gran salto en cuanto a influencia social se refiere.

No podemos darnos el lujo de dejar pasar esta oportunidad por meros deseos de pureza teórica ni afanes individualistas. El anarquismo ha sido desde siempre una corriente de pensamiento y lucha de la clase trabajadora y explotada. Es nuestra tarea como militantes el devolverlo al sitial que le corresponde en la lucha social y política cotidiana, desbancando a los partidos que durante tantos años han vendido las esperanzas y luchas de nuestro pueblo.

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